El hombre que susurraba a los «ummitas»

Editorial Planeta. 324 páginas. Tapa dura 15x23 cm. Publicación: 17 de abril 2007 en España.

Aunque jamás se apartó de la investigación, J.J. Benítez regresa a uno de sus temas favoritos: los ovnis. Y lo hace con un caso especialmente polémico: "ummo". A partir de 1966, y durante más de veinte años, un grupo de ciudadanos recibió decenas de cartas y mensajes procedentes, al parecer, de una civilización extraterrestre: los "ummitas". La polémica no se hizo esperar. ¿Se trataba de un fraude? ¿Qué había de cierto en aquellas comunicaciones? El hombre que susurraba a los "ummitas" será de obligada lectura. 

1. Una extraña coincidencia
2. «Gente pequeña que volaba»
3. Nave «Ummita» en 1954
4. A la búsqueda de la India Quechua
5. Otros casos «Ummitas»
6. El cuento del lobo
7. Doña Rogelia, amores y el cabo justo
8. «Pardal»
9. Algunos comentarios inevitables

 

A Fernando Calderón y a Rafael Farriols.
Ahora, ellos saben que la intuicn camina siempre por delante de la razón.
Y a Angelines Coloma, mi querida «Sherlock Holmes»

1. UNA EXTRAÑA COINCIDENCIA

     Harry Mallard era un hombre apacible, siempre sonriente y bien dispuesto. Aquel jueves, 26 de enero de 1995, conversé con él por última vez. Harry falleció meses más tarde. Y en aquella postrera y cálida conversación -cómo no- me las ingenié para sacar a flote el viejo tema, casi nuestro tema. El inglés sonrió y, con cierto cansancio en la mirada, anunció que estaba a punto de abandonar sus investigaciones. Creí comprender. Mi cordial amigo llevaba cuarenta y tres años con aquel asunto. Cuarenta y tres años para nada...

 

Me presentaron a Harry en 1974. Desde entonces, a lo largo de veintiún años, tuve la fortuna de escuchar su historia en repetidas oportunidades. Siempre fui yo quien le salió al encuentro y quien preguntó por aquel singular suceso en Sudáfrica. Y Harry, paciente y entrañable, repetía el relato y lo hacía de forma impecable, sin desviarse ni entrar en contradicción. Y así, como digo, durante más de veinte años... En otras palabras: no tengo la menor duda sobre la historia que me dispongo a exponer y que vio la luz pública en 1979 (1). No es mi costumbre repetir un mismo caso en dos libros diferentes. Si lo hago es por una serie de razones que iré desgranando poco a poco y que, estoy seguro, el lector sabrá comprender en su momento. Y Harry Mallard, como decía, volvió a contarme la vieja historia. La fecha exacta es el único dato que permaneció oscuro en su memoria. Pudo ocurrir en el verano de 1951 o quizá en el otoño-invierno de 1952. En las últimas entrevistas, Harry se inclinaba por la segunda.

 

 

Harry Mallard, ingeniero inglés, protagonista del encuentro en Sudáfrica en 1952. (Cortesía de Mercedes Ayala.)

 

«Fue en julio de ese año [1952] -insistió- cuando empecé a trabajar para la compañía Contactor, dedicada a la fabricación de instrumentos y al servicio de la British Reostatic...

»En ese tiempo vivíamos en un lugar llamado Paarl, a cosa de cuarenta kilómetros de Ciudad del Cabo. La granja en cuestión, llamada "Lilly Fontein", se alzaba a poco más de cinco kilómetros de Paarl y muy cerca de la carretera que conduce a la montaña de Drakenstein...

»En aquel apartado lugar, y en aquel tiempo, mi esposa tenía problemas a la hora de ir a la compra. Por allí no circulaban autobuses y el único medio de transporte era mi coche. Lamentablemente, yo lo utilizaba para ir y volver del trabajo. Así que decidimos comprar un pequeño automóvil francés, de segunda mano, ideal para los desplazamientos cortos...

»Yo, entonces, tenía unos treinta y dos años y, la verdad, no nos sobraba el dinero...

»La cuestión es que permanecí varios días reparando y poniendo a punto el citado vehículo. La última jornada trabajé en él hasta casi las once de la noche. Pero, cuando quise arrancarlo, la batería no respondió. Probablemente se había descargado. Me lavé las manos y opté por dejarlo para la mañana siguiente. Estaba muy cansado. Y así lo hice. Me acosté e intenté conciliar el sueño. Fue imposible. A los quince o veinte minutos, volví a levantarme. No podía entenderlo. Y decidí probar fortuna con el coche de mi mujer. Lo empujaría por el camino hasta la carretera. Si conseguía ponerlo en marcha, lo conduciría hasta una meseta existente en la montaña. El viaje representaba una hora, más o menos; tiempo más que sobrado para cargar la batería.

»Dicho y hecho. Salté de la cama. Me puse unos pantalones cortos y salí al exterior. La noche era espléndida, con una hermosa luna. Empujé el automóvil y, efectivamente, arrancó...

Montaña de Klein Drakenstein. La flecha señala la trayectoria de la carretera por la que ascendió el ingeniero con su automóvil. (Foto: Cynthia Hind.)

»Mi intención, como ya te he comentado en otras ocasiones, era conducir hasta un paraje situado a poco más de ochocientos metros de altitud, en las proximidades de Groote Drakenstein [hoy, Du Toit's Kloof]. Necesité una media hora para alcanzar la meseta ubicada en dicha montaña. La luna iluminaba el lugar y el pico del Drakenstein proyectaba una larga sombra que ocultaba parte de la meseta...

»Serían las 23.15, aproximadamente, cuando procedí a dar la vuelta. La batería había respondido. Era el momento de regresar a casa...

»Fue entonces cuando vi al hombre. Salió de la zona oscura de la explanada y me hizo señas para que detuviera el coche. Así lo hice, y le pregunté qué le ocurría. Se aproximó a la ventanilla y exclamó:

»"¿Tiene agua?" Le contesté que no. Entonces, aparentemente contrariado, replicó: "Necesitamos agua urgentemente"...

 

»No sabía muy bien qué estaba pasando, pero, al notar su contrariedad, comenté que, al otro lado del sendero, había un arroyo. "Si quiere -le dije-, puedo llevarlo." ¿"Está muy lejos?", preguntó. "Más o menos a quinientos metros. Es agua procedente de la montaña, muy buena..."

     »El hombre aceptó y se sentó a mi lado. Casi no hablamos. Entonces dirigí el vehículo hacia el punto por el que pasaba el riachuelo, muy cerca de la carretera. Al detener el coche, caí en la cuenta de un detalle: ni él ni yo disponíamos de un recipiente para el agua. Cuando le pregunté sobre el particular, respondió que no tenía. Todo aquello, en efecto, era muy extraño. Su inglés, incluso, era raro. En Sudáfrica vive gente de muchas nacionalidades, cada cual con su acento. Pues bien, este hombre hablaba un inglés casi de laboratorio...

     »Le dije que no se preocupara: Yo tenía una lata de dos galones y medio. Serviría...

»Bajamos al arroyo por el lado del puente y procedimos a limpiar la lata. Estaba sucia, con restos de aceite. Nos turnamos, empleando puñados de grava y arena. Una vez concluida la operación de limpieza, llenamos la lata y regresamos al automóvil...

 

»El hombre, entonces, me indicó que lo dejara donde lo había encontrado. Así lo hice. Y al llegar a la meseta señaló un lugar en la sombra: "Allí, por favor." Era la zona más oscura. Insistió con la mano, marcando un punto. Fue entonces cuando lo vi por primera vez...

 

 

Explanada en la que se hallaba posado el ovni. (Foto: Cynthia Hind.)

 

 

 

«Al pie de la montaña, en la zona de sombra, se hallaba posado un objeto. El hombre me invitó a seguirlo.» (Dibujo: F. Ghot.)

 

»Era un aparato -lo que hoy llaman un ovni- posado en el suelo. Me encontraba a unos cien metros de la carretera. Recuerdo que dudé, y el hombre me animó a continuar. Llegamos a quince o veinte metros del objeto. Era grande. Calculo que de unos diez o quince metros de diámetro y otros cuatro de altura. Se veía luz por la parte inferior. El hombre salió del coche y yo, algo temeroso, hice lo mismo...

 

»No podía comprender. Yo no creía en esas cosas. El hombre, entonces, caminó hacia el ovni y, con un gesto amistoso, me animó a que lo siguiera. Yo estaba muy impresionado. Insistió y fui tras él. Subimos por una escalerilla y fuimos a parar a una especie de sala circular. Allí había luz, mucha luz, aunque no sé dónde estaban las bombillas. Parecía salir de las paredes...

 

»Era un lugar con un banco o asiento corrido bajo unos grandes ventanales. Sobre dicho banco aparecía un hombre tumbado. Frente a él, observándolo, descubrí a otros tres individuos. Recuerdo que, poco antes, le había preguntado para qué necesitaba el agua. El hombre habló de un pequeño accidente. Uno de su gente -dijo- se hallaba herido. Por eso necesitaba el agua...

 

 

Interior de la nave, dibujado por el ingeniero.

 

 

 

«La nave era sustentada por un tren de aterrizaje que se acoplaba en el interior de la base.» (Dibujo: Harry Mallard.)

 

»El hombre me pidió que esperase. Entonces se aproximó al grupo, dejó la lata y regresó en cuestión de segundos. Siempre permaneció entre sus compañeros y mi persona. Estaba claro que no quería que me acercara al herido...

     »Cuando retornó, le pregunté si necesitaban un médico. Podía acudir al pueblo y traerlo. Se negó. Dijo que no tenía importancia. "Al penetrar en la atmósfera -aseguró-, una de las ventanas se rompió." Por más que miré, no vi rotura alguna. Todo estaba bien. Las ventanas eran cuadradas, de unos 90 por 60 centímetros, con las esquinas redondeadas. Lo asombroso es que, a pesar de las ventanas, la luz del objeto no se veía desde el exterior...

«Al fondo, sobre el asiento corrido, distinguí a un hombre tumbado. Otros tres parecían atenderlo. El que me acompañaba no me permitió avanzar.» (Dibujo: F. Ghot.)

»El suelo era metálico y muy duro, con pequeños nódulos que formaban un patrón. Había que tener cuidado porque resbalaba...

 

»El hombre, entonces, preguntó si tenía interés por conocer alguna otra cosa. Le dije que sí. Como ingeniero, sentía curiosidad por saber cómo funcionaba aquella nave, porque de eso se trataba...

 

»Me llevó al centro de la sala y me mostró unas palancas, parecidas a las que se utilizaban en las antiguas cabinas o cajas de señales de los ferrocarriles. Me recordaron igualmente los viejos frenos de mano de los automóviles. Nacían del suelo. Formaban dos hileras, con un total de ocho palancas de un metro de altura. Por detrás había una especie de mesa...

 

»Con eso -según él-, manejaban el objeto. Pregunté por los motores pero, sonriendo, dijo que no había. La nave funcionaba con otro sistema...

 

»Me mostró las ventanas y los asientos. Parecían asientos dobles, de un material similar al cuero, aunque no podría asegurarlo. Al preguntarle de dónde venían, el individuo señaló las estrellas que se veían por las ventanas y exclamó: "De allí." No pude sacarle ni una sola palabra más sobre dicho asunto y cambió de tema...

 

»Yo deseaba saber más cosas sobre el funcionamiento del aparato y los sistemas de navegación y él fue respondiendo a mis preguntas. Dijo que utilizaban un procedimiento que vencía la gravedad. Para ello empleaban un fluido (?) muy pesado que circulaba por el interior de un tubo y creaba un efecto electromagnético. Pensé en el mercurio. Esa especie de "imán líquido" vencía la gravedad y les permitía aterrizar y despegar, aunque nunca verticalmente. Todo lo controlaban con las palancas que me había mostrado. Y se extrañó de que nosotros, los humanos, no conociéramos este sistema. Insistí sobre el particular. Aquello me pareció muy interesante. Creí entender que dicho fluido, al circular por el interior del tubo, provocaba el mismo efecto que la electricidad en un cable. Y aquel hombre afirmó que la fuerza de la gravedad era anulada o controlada (?) cuando el citado fluido alcanzaba la velocidad de la luz...

»Hablamos de giroscopios. "Más allá de cierto número de revoluciones -manifestó-, existe el control de la gravedad." Después volvió a dejarme perplejo cuando aseguró que aquel aparato no era controlado con sistemas de navegación. Lo hacían -dijo- a ojo, al igual que un automóvil o un barco en la mar...

»Yo seguía observando al individuo herido (?) y pregunté por segunda vez si precisaban los servicios de un médico. El hombre fue rotundo, una vez más: "Nada de médicos"...

»Minutos más tarde, muy amablemente, me condujo hasta la salida, dándome a entender que la reunión había terminado. Me despedí y descendí por la escalerilla. Entré en el coche y me alejé hacia mi casa. Estaba desconcertado...

»Esa misma noche se lo comenté a mi mujer, pero su respuesta me obligó al silencio: "Has estado soñando, duérmete." ¿Había sido un sueño? Mi agitación era tal que no pude dormir. A la mañana siguiente, al dirigirme al trabajo, observé que faltaba la lata...

»Cometí el error de comentarIo en la oficina. Nadie me creyó. Finalmente me llamó el gerente y me obligó a guardar silencio, asegurando que "sólo había sido un sueño". ¿Un sueño? ¿Cómo era posible que lo recordara con tanta nitidez?...

»Regresé al lugar donde se había posado el ovni y descubrí cuatro huellas. No tuve duda: la experiencia había sido real. Aquellas marcas en la tierra fueron provocadas por las patas o el tren de aterrizaje que yo había visto. Eran unos soportes metálicos, parecidos al aluminio y de un color gris plata. En la base de la nave se veían unas ranuras oscuras, en forma de "H" y con los lados curvados. Allí entraban las patas cuando éstas eran recogidas...

»Años después, una vez en España, me llevé una gran sorpresa al ver la portada de un libro en el que aparecía un ovni con una "H" en la panza, exactamente igual a la que yo había visitado en Sudáfrica. ¿Cómo era posible? Aquello me convenció definitivamente. Lo ocurrido en 1952 había sido real...

Portada del libro que desconcertó al ingeniero inglés Harry Mallard. El símbolo que aparece en la base del ovni era el mismo que el observado en Sudáfrica en 1952.

»En cuanto a los hombres que vi en el interior de la nave, poco más puedo añadir. Todos tenían la misma altura: alrededor de 1,50 o 1,60 metros; es decir, algo más bajos de lo habitual. Los rasgos eran normales. No hubo nada que me llamara la atención, excepción hecha del pelo, que era idéntico en los cinco. Tenían un color "ratón". El único que habló conmigo parecía el más viejo. Era algo más corpulento que el resto. Vestían una bata de color beige, tipo laboratorio. Nunca podré olvidar aquellos cuarenta y cinco minutos...»

He querido iniciar este nuevo libro con la experiencia vivida por Harry Mallard porque entiendo que fue él, justamente, quien me alertó sobre algo que ha pasado casi desapercibido para buena parte de los investigadores del fenómeno de los «no identificados», entre los que me incluyo, naturalmente. Allá por el año 1974, el ingeniero inglés, al referir el singular encuentro en Sudáfrica, insistió en la extraña casualidad de la «H» en la panza de la nave. Él lo vio en 1952 y, posteriormente, en 1967, una serie de testigos aseguró haber visto algo idéntico en las proximidades de Madrid. Harry, entonces, como digo, me advirtió sobre la singular coincidencia. ¿Se trataba de la misma nave? (2) Y aquel aviso quedó en mi memoria. Durante años, sin embargo, sólo fue un recuerdo. Algo vivo y latente, sí, pero agazapado, como a la espera de no se sabe qué. Hoy creo entender el significado de esa larga espera...

Pero vayamos paso a paso. Mi amigo, el ingeniero en instrumentación, siguió su vida. Jamás, que yo sepa, volvió a vivir nada semejante. La experiencia, no obstante, lo marcó de forma tan profunda que, casi desde aquel inolvidable 1952, dedicó buena parte de su tiempo libre a tratar de reconstruir el sistema de propulsión del que le había hablado el «hombre de la montaña». Sus investigaciones, consultas, ensayos y vuelta a empezar empeñaron cuarenta y tres años. Lo vi trabajar con toda suerte de hipótesis, y llegó a intercambiar sus ideas con eminentes científicos y especialistas en magnetismo. En 1990, una noticia procedente de Japón lo llenó de esperanza. En enero de ese año, los doctores Hayaska y Takeuchi anunciaron que se hallaban experimentando con giroscopios antigravedad. Según los científicos nipones, al hacer girar el giroscopio, éste se volvía más ligero conforme se incrementaba la velocidad de giro. La fuerza de la gravedad, en suma, quedaba anulada, tal y como le había anunciado el «extranjero» en Sudáfrica. Al poco, sin embargo, los científicos occidentales rechazaban el hallazgo, argumentando que, de ser cierto, invalidaría la primera ley de Newton. En 1995, cuando lo visité por última vez, Harry me confesó que estaba cansado. Quería olvidar aquel asunto. Y así sucedió. Mi amigo Harry Mallard murió el 27 de octubre de 1996. Hoy, una vez fallecido, me siento liberado de la promesa que le hice: no revelar su identidad mientras él permaneciera con vida. Y con su desaparición empezaron a suceder cosas extrañas ... Pero, antes de proceder al relato de algunos de esos hechos, bueno será que haga un breve paréntesis, refrescando la memoria del lector o, sencillamente, ofreciéndole unas líneas sobre un asunto que quizá ignore y que constituye una de las claves del presente trabajo. Las nuevas generaciones, en efecto, no tienen por qué estar al corriente del llamado asunto «Ummo», algo que saltó a la actualidad en los años sesenta. Pues bien, en beneficio, como digo, de los más jóvenes, permítanme que recuerde ahora algunos de los rasgos más sobresalientes (siempre desde mi punto de vista, claro está) de aquella desconcertante historia.

Durante años, el ingeniero inglés trató de interesar a los científicos en el revolucionario sistema de propulsión. Muy pocos lo escucharon.

Corría el año 1966. De pronto, primeramente en Madrid, aparecieron unos escritos mecanografiados, recibidos por correo por un reducido grupo de personas. Los firmantes de tales documentos decían ser extraterrestres y proceder de un planeta llamado «Ummo». Eran escritos aparentemente científicos en los que, entre otras cuestiones, se describía la vida en dicho mundo, así como el pensamiento de la referida y supuesta raza. En total, casi ciento ochenta documentos, con algo más de mil quinientas páginas. Un material que traspasó las fronteras españolas y que, como era de esperar, se vio sometido a intensas polémicas. Uno de los receptores de estas cartas fue Fernando Sesma, fallecido en 1982. En uno de los escritos, recibido en mayo de 1967, los «urnmitas» le anunciaban la llegada a la Tierra de varias de sus naves. Sesma lo hizo público el 20 de mayo en el diario Información de Alicante. A los pocos días, otros tres ciudadanos españoles recibían sendas misivas con un contenido similar: la aproximación de tres objetos a determinadas regiones de Bolivia, España y Brasil, respectivamente.

 

La lectura del «anuncio» se llevó a cabo en Madrid, a las 22 horas del 30 de mayo de 1967 ante una treintena de testigos. Entre otras noticias, los «ummitas» especificaban los puntos aproximados en los que se registrarían las apariciones de dichas naves. Ese texto rezaba a:

BOLIVIA

ZONA DE ORURO. El descenso se verificará en un punto ubicado dentro del área circular que, teniendo como centro la ciudad de Oruro, su radio sea de unos 208 kilómetros con un margen de error en esta última medida de más menos cuatro kilómetros.

ESPAÑA

 

ZONA DE MADRID. El descenso está previsto en el seno de una área circular que tiene por centro las siguientes coordenadas:

 

Longitud: 3° 45' 20,6" W. Latitud: 40° 28' 2,2" N.

Y un radio de 46 kilómetros con margen de error de 1,6 km.

BRASIL

 

ZONA DE O GRANDE DO SUL. Cercanías de Santo Angelo. El elevado margen de error nos impide mayor especificación.

Estas previsiones se realizaron con fecha 27 de mayo...

Una vez leído el comunicado, la treintena de testigos estampó las correspondientes firmas al dorso de una de las páginas, dando fe de la información que acababan de recibir.

Firmas de los testigos del célebre anuncio de la llegada de naves «ummitas» (30 de mayo de 1967). (Archivo de Rafael Farriols.)

Dos días después, al atardecer del 1 de junio, un objeto volante no identificado fue observado en las proximidades de Madrid. Los informantes aseguraron que lucía una especie de «H» en la panza. El 2 de junio, el rotativo Informaciones publicaba las fotografías de un ovni sobre San José de Valderas (Madrid). Se trataba de la misma imagen que identificaría Harry Mallard años después, al tropezar casualmente (?) con el mencionado libro de Ribera y Farriols.

Diario Informaciones (Madrid), viernes, 2 de junio de 1967,

El trasiego de los «informes "ummitas".» se prolongaría durante veintisiete años. En 1993, uno de los firmantes de la célebre carta del 30 de mayo de 1967 se proclamaba autor de la totalidad de los escritos, así como de las fotos del no menos famoso ovni de San José de Valderas. José Luis Jordán Peña afirmaba públicamente que todo había obedecido a un experimento. Todo -decía- era falso: las misivas, los contenidos, el sello «ummita» que acompañaba cada envío y, por supuesto, los testimonios y las imágenes del múltiple avistamiento de Valderas. A partir de esos momentos, como era de esperar, volvió a encenderse la polémica. Los detractores del fenómeno ovni -icómo no!- aprovecharon la circunstancia, vomitando toda suerte de improperios contra los incautos que -según ellos- se dejaron engañar. «Ummo» -escribieron por activa y por pasiva- era sólo humo. Personalmente, como a otros investigadores que hemos invertido mucho tiempo y dinero en el estudio de «Ummo», las declaraciones de Jordán Peña me llenaron de escepticismo. Sabíamos que parte de los informes podía ser un fraude, y sabíamos igualmente que el complejo tema «ummita» nunca había sido investigado en profundidad y con el necesario rigor, al menos por los que lo ridiculizaban. Fue entonces, a partir de 1993, cuando reabrí las pesquisas que había desplegado durante veinte años y que, prácticamente, jamás publiqué. Veinte años de viajes, interrogatorios y comprobaciones que demostraban algo que no coincidía con las manifestaciones del señor Peña: el caso «Ummo» no era tan simple como se decía. Había falsedades, sí, pero también aspectos muy extraños...

Una de las fotografías tomada en San José de Valderas (Madrid).

Y durante un tiempo, la sugerencia de Harry Mallard reapareció con fuerza en mi memoria: aquella «H» en la base del ovni observado en Sudáfrica y el mismo símbolo en la nave vista en Madrid no podía ser una simple casualidad. Hace mucho que no creo en la casualidad...

(1) Véase Tempestad en Bonanza (anteriormente TVE: Operación Ovni).

(2) Después de treinta y un años de investigación, no creo necesario explicar por qué considero que una parte del fenómeno OVNI son naves o astronaves «no humanas».

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